(2 Samuel 15:1-15)
Absalón, uno de los hijos del rey David decidió tomar el reino por la fuerza. Tiempo atrás se había determinado a poner en marcha un plan conspirativo para tomar el poder por asalto y quedarse con el reino de su padre. Ante semejante situación, y amenazado por una posible guerra civil en Israel, el rey David decidió abandonar el palacio para evitar así cualquier derramamiento de sangre.
“ Pronto llegó un mensajero a Jerusalén para decirle a David: «¡Todo Israel se ha unido a Absalón en una conspiración en su contra!».—Entonces debemos huir de inmediato, ¡si no será muy tarde! —David dijo a sus hombres—. ¡Apresúrense! Si salimos de Jerusalén antes de que llegue Absalón, tanto nosotros como la ciudad nos salvaremos del desastre.” (2 Samuel 15:13-14) NTV
El espíritu de Absalón es aquel que no está dispuesto a esperar los tiempos de Dios. Su ambición y codicia es tal, que pretende tomar las bendiciones por la fuerza, sin respetar el orden divino de las cosas. Éste espíritu se mueve en lo secreto, haciendo alianzas basadas en el engaño y las falsas promesas. Promueve sentimientos de odio, rencor, venganza y resentimiento que se alojan en el corazón por años alimentando raíces de amargura, y a su tiempo dan a luz frutos de maldición y muerte. Es un espíritu que rechaza la autoridad, la protección y cobertura del padre, no atiende consejo ni dirección alguna, y busca posicionarse por encima de todos.
Pero el corazón de David era diferente. Él era un hombre conforme al corazón de Dios. Amaba a su hijo, aún a pesar de que su hijo estaba planeando matarlo. El corazón de David no guardaba resentimiento alguno. Nunca buscó confrontar, en cambio puso la situación en las manos de Dios.
El tiempo pasó, el enfrentamiento entre los dos ejércitos devino inevitable, y Absalón murió mientras huía del campo de batalla. La propia naturaleza del bosque se volvió en su contra, y quedó enredado entre las ramas de un árbol, colgando de su larga cabellera. El jefe del ejército de David se acercó a él y puso fin a su vida, contrariando la orden que había recibido de no matarlo.
El libro segundo de Samuel narra la historia completa, es una historia fascinante, digna de una gran película de Hollywood. Lo importante a destacar es que a lo largo de toda esta historia, siempre podemos ver el corazón de David teniendo una actitud de perdón y reconciliación con su hijo. Aún a pesar de las ofensas y delitos cometidos por su propia sangre. Aún a pesar de haber puesto en marcha un plan para darle muerte y quedarse con el poder del reino, David nunca buscó confrontar. Él puso su carga en las manos de Dios.
David trataba de imitar las características del corazón de su Padre celestial, a quien él conocía en lo íntimo. En el Salmo 103:8-12 David escribió lo siguiente acerca del corazón de Dios:
“El Señor es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor. No sostiene para siempre su querella ni guarda rencor eternamente. No nos trata conforme a nuestros pecados ni nos paga según nuestras maldades. Tan grande es su amor por los que le temen como alto es el cielo sobre la tierra. Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente.”
El corazón del Padre se mueve en el amor, el perdón y en la restitución. Así como podemos ver en la “parábola del hijo pródigo”, nuestro padre Dios no sólo nos perdona, sino que además nos restaura y restituye todo lo que perdimos. El perdón del Padre sana todas las heridas y hace nuevas todas las cosas. Jesús llevó sobre sus hombros todas nuestras cargas, tomó nuestro lugar y pagó por completo nuestra deuda, una vez y para siempre. ¡GLORIA A DIOS! Por medio de Cristo tenemos gozo, vida, amor, perdón y libertad. Dios te levanta y corona tu vida de favores. Así es el corazón de Dios, así obra el perdón del Padre.
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (2 Corintios 5:17-18)