Hay una diferencia muy importante entre creer en Dios y conocerlo. Creer es cuestión de FE, conocer depende de la EXPERIENCIA. En el capítulo dieciséis del libro de Mateo, Jesús le hace una pregunta muy curiosa a sus discípulos: “Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.” (Mateo 16:13-17) RVR 1960
Muchos eran los seguidores de Jesús, pero pocos tenían el privilegio de conocerlo en la intimidad. Si bien Jesús caminaba con la gente, y grandes multitudes lo seguían de un lugar a otro, eran sus discípulos quienes podían compartir tiempo de calidad con él y conocer el verdadero significado de cada una de sus enseñanzas. Algunos habían visto a Jesús hacer grandes señales, otros de entre la multitud lo habían visto hacer milagros, por lo que creían que Jesús era un profeta, pero a Pedro le fue revelado el verdadero carácter de Jesús, él era el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
La revelación es la capacidad sobrenatural para entender el mundo espiritual. Dios sólo se revela a quienes tienen hambre y sed de Él. La clave es buscarlo con pasión. La revelación pertenece a aquellos que la buscan con desesperación.
Lo desafío a tener un encuentro personal con Dios que transforme su vida por completo. Así como le sucedió a Job, anhelo que un día usted también pueda decir “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:5) RVR 1960