RENOVANDO EL ALTAR DE DIOS (Levítico 6:8-13)
El altar es el lugar donde rendimos adoración a Dios. Es un lugar de encuentro y reconciliación con nuestro creador. En el pasado, los sacerdotes debían cumplir reglas estrictas dictadas por Dios para los procedimientos de redención y adoración. El antiguo testamento, en el libro de Levítico, nos cuenta en detalle todos los procesos. Hay varios principios con respecto al altar que quiero destacar:
1. EL ALTAR, lugar de sacrificio y adoración: Hoy en día el altar con el que rendimos culto a Dios está dentro de nuestros corazones. Adoramos a Dios con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas. Nuestras vidas son un sacrificio vivo de adoración.
2. LA VESTIDURA SACERDOTAL: Los sacerdotes debían usar una vestidura para propiciar el sacrificio, y otra vestidura para sacar las cenizas fuera del campamento. De la misma manera, debemos renovar diariamente nuestro compromiso con Dios. La cobertura que usamos el día anterior no sirve para hoy. Hay una unción especial dada por Dios para afrontar los desafíos de cada día.
3. EL FUEGO Y LAS CENIZAS: El fuego sobre el altar nunca debía apagarse. Los sacerdotes tenían que alimentarlo cada día con leña y las cenizas del día anterior debían ser removidas para mantener la llama. Este mismo principio aplica hoy a nuestras vidas. La llama que arde dentro de nosotros es la presencia de Dios. Si no cuidamos su presencia, si no alimentamos la relación a diario, ésta se apaga. Remueva las cenizas de su vida. El fuego no puede arder si su altar está cubierto por ceniza de fuegos pasados.
A partir del sacrificio máximo hecho por Jesús en la cruz, tenemos libre entrada a la presencia de Dios, somos hechos nueva criatura y la presencia de Dios viene a morar a nuestras vidas. Pero los principios generales transmitidos a Moisés para cuidar el altar siguen siendo aplicables a nosotros.
Nos fue dado el regalo más preciado del universo. No solamente fuimos hechos hijos de Dios por medio del sacrificio de Cristo, sino que también la presencia de Dios habita en nuestro interior. Y si Dios está dentro de ti ese fuego se tiene que ver. Ningún cristiano puede vivir de luz ajena. Tu lámpara tiene que brillar con aceite propio. El fuego siempre se mantendrá encendido, si en tu vida hay pasión por Dios, pasión por las almas y pasión por mantener una vida profunda de oración.
Lo invito a renovar su pacto con Dios en éste día. Quite de su vida toda ceniza que esté impidiendo que el fuego arda, e invite a la presencia de Dios a morar en su interior. Viva una vida plena de adoración como un sacrificio vivo, renunciando a toda área de su vida que lo apague, y dando lugar a la presencia de Dios para que lo transforme, de tal manera que un día pueda decir como el Apóstol Pablo: “Mi antiguo yo ha sido crucificado con Cristo. Ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí.” (Gálatas 2:20) NTV.